sábado, 27 de septiembre de 2008

1095 días

Fernando iba sentado cómodamente junto a Elena.

Ella sin duda era la mujer de su vida.

Viajaban hacia el sur. Habían coincidido en este viaje por casualidad, ambos iban a

pasar unos días a una casona encantadora rodeada de jardines.



Fernando estaba extasiado con sus ojos, quería impresionarla, quería mostrarle todo lo

que él era capaz de hacer, lo culto que era, lo interesantes que podían llegar a ser sus

encuentros.

Él sentía que ella también sentía una gran atracción hacia él.



Elena le acarició el cabello y él sintió con solo el roce que su cuerpo se distendía y sus

ojos comenzaban a cerrarse…

Ella lo estaba acariciando!, no podía dormirse en ese momento.

A Elena le daba mucha ternura observarlo dormido como una criatura, la tranquilizaba

verlo tan relajado.

Fernando la tomó por los hombros y acercó su boca a su cuello lentamente.

Acercó ahora su boca a sus labios, los tocó sintiendo el éxtasis inundándolo

y comenzó a besarla, ella respondió con todo su ser, así lo sintió realmente Fernando.

Elena corrió el flequillo castaño de él hacia un costado y puso la mano sobre su frente.

Estaba profundamente dormido.

Él se entregó al beso como si fuera a durar siglos.

Ella notó que su respiración estaba entrecortada y por momentos acelerada, tomo su

mano, firme y suavemente.

Él se inclinó hacia delante, ella temió que fuera a caer y lo sostuvo con sus brazos. Él la

abrazó sintiendo su perfume tan familiar. Le abrió la blusa, hubiera deseado que

estuvieran completamente solos, pero aún así deslizó su mano por el corpiño y tocó su

seno tibio y hermoso.

Ella se reclinó sobre él, quería observarlo mas detenidamente, quería corroborarlo todo.

Fernando se recostó sobre ella con la cabeza encima de su abdomen semidesnudo,

acarició sus piernas y rodeó sus glúteos deseando que sus jeans desaparecieran.

Ese fue el comienzo de una relación que ya llevaba 1095 días, 1095 días solo con ella.

Para él no existía más que el cabello rizado y los ojos miel de Elena, su cuerpo y esa

vida que habían construido juntos.



El jardín de su casa se extendía frente a él y su silla.

Allí estaba ella junto a la fuente, como siempre a esa hora, hablando con una de las

empleadas. Siempre parecía temerosa. A veces no lograba entenderla a pesar de amarla

tanto.

Generalmente cuando él hablaba, ella estaba como ausente, parecía no escucharlo, no

comprender sus anhelos.

Ahora mismo acababa de sentarse junto a él y se quedaba mirándolo, acariciándole el

cabello como siempre, si bien eso a él le gustaba mucho, ella parecía no estar totalmente

allí. Esta situación empezaba a impacientarlo por primera vez, la había visto hablando

con él nuevamente, con él, su peor enemigo, ver a este hombre cerca de su amada

despertaba sus peores sentimientos.

Tenía que alejarla de Copdevilla, él la usaría para la venganza.



Ella empujaba la silla, él sentía que volaba con los brazos abiertos.

El avión estaba atestado de pasajeros, al girar la cabeza lo había visto, había vuelto a ver

a ese hombre maligno allí, estaba en todas partes.

Su paracaídas se abrió justo a tiempo, cuando Fernando ya había comenzado a temer.

Sabía que ella estaba abajo, esperándolo. Ella siempre estaba en el momento preciso,

pero también estaba cerca de ese hombre.

Elena lo levantó del piso asustada. Él se paró de un solo salto, la tomó de la mano y le

pidió que volvieran caminando a la casa.

La silla giraba rápido, la preocupación de Elena era constante. No debería haberlo

dejado solo, ni aún cinco minutos, el tiempo que había tardado en traer el té.



Fernando había decidido defenderse del complot de Facundo Copdevilla, ambos habían

pertenecido a una orden oscura y ya desde hacía muchos años eran enemigos.

Debía tener listas las espadas, así era el ritual, él volvería y pelearía de hombre a

hombre como la última vez, en la cual Fernando había vencido.



Capdevilla veía a Elena a escondidas, en las afueras de la propiedad. Fernando se

mantenía oculto, observando, aunque siempre temiendo la reacción de esta.

No podía decirle a Elena la verdad, ella no lo escuchaba, no lo escuchaba desde

siempre, pero él la amaba a pesar de todo.



Elena entró de repente en la cocina y la vio. Vio su espada.

Fernando la tenía sobre sus piernas.

Elena le preguntó que hacia con eso allí, él no pudo pronunciar palabra, ella tomó el

arma y la volvió a guardar en su lugar.

- Los cuchillos son peligrosos Fernando – le dijo – no juegues con ellos – y lo

llevó al jardín.



Habían pasado años y él sabía que su enemigo volvería aquel atardecer, como lo

hacía siempre.

Espero tras los arbustos.

Capdevilla la sujetaba por la cintura…

- No te preocupes tanto Elena – le decía – estás haciendo todo lo posible.

Elena lo besó, Fernando sintió que su cabeza explotaba.

Luego ella entró a la casa a buscar sus cosas como de costumbre.

Fernando lleno de odio, castigó a su caballo para que corriera mas velozmente, y con la

espada en alto, atacó a su mortal enemigo clavándosela en la espalda.

Este lleno de dolor y con los ojos inyectados de sorpresa, cayó al piso.

Elena apareció presurosa, con el rostro sereno, rostro que se convirtió de repente en una

pálida máscara ojerosa.

Gritando corrió hacia Facundo.

Fernando estaba en el piso, había caído de su silla de ruedas, aún tenía el cuchillo lleno

de sangre en su mano.

Elena no había imaginado nunca que la locura de su hermano podía llevarlo hasta tal

extremo, el extremo de matar…

Y matar a su novio, ¿por qué?!.



Fernando sonreía mudo, había vencido.

Desde hacía mas de tres años estaba internado allí, en el centro psiquiátrico y hacia

cuatro que no pronunciaba una palabra.


Fin

El Ascensor

Salió de su departamento. Se paró frente al ascensor y miró el rectángulo de la puerta de

madera marrón. Vio nuevamente esos reflejos azules. Parecía haber una persona

flotando allí.

Su cuerpo se sentía empujado, algo lo imantaba, lo atraía hacia el interior de esa capsula

de cemento que parecía un nicho.



La luz se encendió en el espacio lleno de sombras negras y azules fluorescentes.

Abrió la puerta, entró. Pulsó el cero.

Se miró en el espejo, hubiera querido abrirse el rostro con un pedazo de este. Se

acomodó la corbata, sintió su perfume llenándolo todo. Tocó las paredes llenas de

texturas, ese color crema… ¡qué sensación de tristeza monótona!, ¡de desesperación

algo fúnebre!.

Salió del ascensor casi sintiendo que sus pies se pegaban a el.

Hacía solo unos días que vivía en un décimo piso. Siempre había preferido estar cerca

del suelo.

Desde el primer momento en que había tenido que abordar ese lúgubre transporte se

había sentido capturado, intensamente atraído.

Este solo ocupaba sus pensamientos en aquellos momentos en que debía utilizarlo y no

se cuestionaba así mismo lo que le estaba ocurriendo, ni se lo contaba a nadie.



Esa noche llegó cansado, iba a ser una larga noche, quería dejar todo arreglado porque

había invitado a Miguel y a Pedro a almorzar al día siguiente.

Subió y antes de que se diera cuenta la puerta del ascensor se había cerrado, no era

automático.

Sin intranquilizarse demasiado se apoyó en el espejo, sintió una sensación de ardor, una

corriente de dolor a lo largo de sus brazos, de su espalda y de su ingle. Estaba inmóvil y

con los ojos fijos en el techo. El ascensor se detuvo en el noveno piso y abrió sus

puertas obligándolo a descender. Él con la camisa ensangrentada y la mirada perdida

cayó de rodillas.

Subió las escaleras arrastrándose. La sangre comenzó a teñir también sus pantalones. En

su rostro no se reflejaba gesto alguno.

Entró a su casa empujando al resto de su cuerpo con sus brazos.

Se metió en la bañera.

De repente pareció despertar de su estado hipnótico.

Tomó el desinfectante y las vendas y tapó sus extrañas heridas.

Ordeno perfectamente el resto de su departamento.

Se acostó en su cama impecablemente tendida con sábanas llenas de manchas rojo

oscuras.



Sus amigos llegaron un rato antes del almuerzo.

Llegó el momento del acostumbrado brindis y él feliz se levantó y caminó hacia la

cocina, iba a descorchar su mejor champagne.

Pero en el freezer solo quedaba una botella, ¿cómo podía habérsele pasado por alto?.

Les dijo a sus amigos que bajaría al supermercado y en un momento regresaría.



La puerta del ascensor estaba abierta.

Lo estaba esperando.

Él miró hacia los costados…

Entró lentamente. Hacía mucho calor ahí dentro.

Comenzó a bajar, pero de repente la caja mortuoria se detuvo entre dos pisos.

Todo quedo a oscuras.

De pronto aparecieron las sombras, las que veía siempre por el hueco de la puerta

flotando en el precipicio. Sombras con formas humanas, de bocas enormes y ojos

rasgados.

Volvió a sentir el ardor recorriendo su cuerpo.

Su mano subía lenta y suavemente por su cara.

Tenía el parpado derecho en carne viva.

Sus dedos pasaban el filo de la navaja por el contorno de sus pómulos. Los arrastró

luego sobre las paredes tratando de imitar a través de trazos sanguíneos los extraños

rostros que lo rodeaban y parecían sumergirse en él.

Sus dedos se hundieron en el cristal rompiéndolo y este traspaso despacio, muy

despacio sus pies.

Él vibraba en movimientos circulares.

La escena parecía un collage.

Parecía querer hundirse en la obscenidad de su desfiguración.

No había más que la intensidad de su sangre haciendo hervir su cuerpo. El fastidio

incesante del daño prolongado pero necesario.

El ascensor estaba adentro de su mente y aplastaba su cráneo maloliente. Lo aplastaba

cortando sus compulsivas extremidades.

Él ya no podía luchar mas, debía dejar que esa vieja máquina de metal lo torturara hasta

el final, hasta que todo en él al fin se enmudeciera.



El ascensor se detuvo en el décimo piso.



Algo tembloroso entró caminando al departamento. Atravesó la cocina y llegó al

comedor.

Miguel y Pedro lo vieron pasar sin pronunciar palabra, sin hacer movimiento alguno.



Entró a la bañera, siempre al rojo vivo y cerró los ojos.

Estaba exhausto.

Pedro encendió la televisión y Miguel bajó por la champaña.


Fin

viernes, 26 de septiembre de 2008

El Ascensor

The Elevator
He went out of his department. He stopped opposite to the elevator and looked at the
rectangle of the door of brown wood. He saw again these blue reflections. There
seemed to be a person Floating there.
His body was feeling pushed, something him was very attractive , was attracting it
towards the interior of this capsule of cement that was looking like a niche.

The light ignited in the space full of black and blue fluorescent shades.
He opened the door, entered. He touched the zero.
He looked in the mirror, the face had wanted to be opened by a piece of this one.
He accommodated the tie, felt his perfume filling everything. He touched the full walls
of Textures, this color cremates … what a sensation of monotonous sadness!, of
desperation Slightly funereal!.

He went out of the elevator almost feeling that his feet were sticking to.
He was doing alone a few days that he was living in a tenth floor. Always he had
preferred being nearby of the soil.
From the first moment in which he had had to approach this lugubrious transport he
had felt captured, intensely attracted. Alone east was occupying his thoughts in those
moments in which he had to use it and not there was questioning likewise what
happened to him, one was not even telling it to anybody.

This night came tired, it was going to be a long night, wanted to make everything tidy
because he had invited Michael and Peter to having lunch the following day.

He to rise and before he was realizing the door of the elevator had been closed, was not
automatic.
Without being too worried he rested on the mirror, felt a sensation of ardor, one
current of pain along his arms, his back and his groin.He was immobile and with the
fixed eyes in the roof. The elevator stopped in the ninth floor and opened his
doors forcing it to descend. He with the stained with blood shirt and the distant look he
fell down of knees.
He raised the stairs crawling. The blood began to dye also his trousers. In his face was
not reflecting any gesture.
He entered to his house pushing to the rest of his body with his arms.
He got into the tub.
Suddenly it looked like an awakening of his hypnotic condition.
He took the disinfectant and the bandage them and it covered his strange wounds.
I arrange perfectly the rest of his department.
He went to bed in his bed impeccably stretched with sheets full of spots red
Dark.

His friends came awhile before the luncheon.
There came the moment of the used toast and happy he got up and walked towards
He cooks, he was going to uncork his better champagne.
But in the alone freezer a bottle was staying, how could he have been overlooked?.
He said to his friends that he would go down to the supermarket and in a moment he
would return.



The door of the elevator was opened.
It was waiting for him.
He looked at the sides …
He entered slowly. It was hot there inside.
He began to go down, but suddenly the mortuary box stopped between two floors.
Everything I stay in the dark.
Suddenly there appeared the shades, which he saw always for the hollow of the door
floating in the precipice. Shades with human forms, of enormous mouths and eyes
Torn.
He returned to feel the ardor crossing his body.
His hand was rising slowly and softly for his face.
He had the right eyelid in alive meat.
His fingers were passing the edge of the razor for the contour of his cheekbones. It
dragged them then on the walls trying to imitate across blood outlines the strangers
Faces that it were making a detour themselves and seemed to submerge in him.
His fingers sank in the crystal breaking it and this transfer slow, very slow his feet.
He was vibrating in circular movements.
The scene was looking like a collage.
He seemed to want to sink in the obscenity of his disfigurement.
It had not any more than the intensity than his blood making boil his body. The nuisance
incessant of the long but necessary hurt.
The elevator was in of his mind and was squashing his smelly cranium. It was
squashing it cutting his compulsive extremities.

He already could not fight mas, had to allow that this old machine of metal should
torture it even the end, until everything in him to the end was remaining silent.

The elevator stopped in the tenth floor.

Something tremulous entered walking to the department. He crossed the kitchen and
came to dining room.
Michael and Peter saw it to happen without word to declare, without doing any
movement.

He entered to the tub, always to red I live and he closed the eyes.
He was exhausted.
Peter ignited the television and Michael went down for the champagne.


The End

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Sin Sentido Lumínico

Te Amo
artefacto cobarde
y sin sentido lumínico.

Te Amo
aunque ni un solo estúpido motivo
queda cuerdo
dentro mío.

Un poco de
agua turbia
corriendo entre mis manos
te vuelve real
y yo te Amo.

Es increíble
que siendo yo
tan invencible
me conforme
con amar
un cuerpo maniatado,
tan maltratado
como el tuyo.

Dark Birds

The permeable thing

becomes coarse

when the blemish invades

the doubts and

the being becomes dark.

They fly under the birds
and entrust the dizziness
to your spirit.

You do not see them and they
become monotonous and
giant, black and obstinate.
There is closed the twilight,
the undulating flame, is orange.

The parts of metal twist
and the smoke floods the place
in which you are.
What's happen?, why the noise and the silence?...Why the noise and the silence

Suffering

Suffering that my lachrymal one rubs
and wakes it up.
And the blush
returns to my wet face.

In the gathering full
of transparent veils,
my tremulous legs
interbreed.

I want to shout,
but only I murmur.
To this exceeded sadness
I cannot detain it
though I get lost betweenthe people.

I suffer from your ires,
of your fear
and of your way of saying to me that
still you are.

My confusion
fills with tears.
The soft music
unleashes my strange
sadness.

I go out of the lounge,
go away,
do not want that they see me.
Nobody understand it.

in the Rocking Chair of Madeira

Then you say that you listen to me,
And how I know that your hands
They support my waist,
If still(yet) feeling
The fret of your fingers
I feel Intact.

What will be?,
And there is no echo.

The mergers happen strange.

I have yearned so much you to belong(concern)
That I do not know
If still then
I will be sat in the rocking chair of wood.

And do not interrupt,
Do not cut this flower,
Already you threw(shot) my little castle of letters,
Now what am I going to make I?,
I knew then your response
And I understood the great thing
That you me had wanted.

You repeated I, I,
Only five times …

Blasfemas

Blasfemas

y te atreves

a aceptarlo.

Me tiemblan las manos,

tengo el secreto

voraz en mi boca.



Quiero dártelo,

abandonarlo contigo,

quiero abandonarte

y tirarme en el olvido.



Parece casual lo oculto,

absurdo,

como el riesgo

de aceptar tus mentiras

y morderme los labios.



Te encierras

en el ínfimo recinto

de tu obscena meláncolia

y me quitas el barbijo,

me empujas,

me desafías.

You Blaspheme

You blaspheme
And you dare
To accepting it.
Me the hands tremble,
I have the secret
Voracious in my mouth.


I want to give it to you,
To leave it with you,
I want to leave you
And to throw myself in the oblivion.


The secret thing seems to be chance,
Absurdity,
As the risk
Of accepting your lies
And to bite my lips.


You shut in yourself
In the negligible enclosure
Of your obscene Sadness of recollections
And you take the chinstrap from me,
You push me,
You defy me.

Pájaros Oscuros

Lo permeable se vuelve
tosco cuando la
imperfección invade las dudas
y el ser se torna oscuro.

Vuelan bajo los pájaros
y encomiendan el vértigo
a tu espíritu.

No los ves y se
vuelven monótonos y
gigantes, negros y obstinados.
Se cierra el crepúsculo, la llama
ondulante, es naranja.
Se tuercen las partes de metal
y el humo inunda el lugar
en el que estás.
¿Qué pasa?, ¿Por qué el
ruido y el silencio?...
¿Por qué el ruido y el silencio?.

en la Mecedora de Madera

Entonces dices que me escuchas,

Y cómo sé que tus manos

sostienen mi cintura,

si aún sintiendo

el roce de tus dedos

me siento Intacta.

¿Qué será?,

y no hay eco.

Se suceden raramente las fusiones.

He añorado tanto pertenecerte

que no sé

si aún luego

estaré sentada en la mecedora de madera.

Y no interrumpas,

no cortes esa flor,

ya tiraste mi castillito de cartas,

¿Ahora qué voy a hacer yo?,

supe entonces tu respuesta

y entendí lo mucho

que me habías querido.

Repetiste yo, yo,

solo cinco veces…

de Él para Ella

Inconcluso es el término radiante
de las inusitadas formas de tu sexualidad.
Cautivo estoy de tu sueño.
Tocar tus pechos determinaría mi sexo.
Seria tu esclavo pero no puedo serlo,
porque no puedo ser mi propio verdugo.
Un suspenso aprisiona incondicionalmente
mi inverosímil desconcierto,
tengo en los ojos las gotas heladas
del líquido infinito.
Desfigúrame para que vuelvas a dibujarte
y tus senos vibren sobre mis manos eternas.
No puedo tocarte porque no te deseo,
solo te contengo.
Y no tengo que soltarte
porque soy libre, querida.

Se vuelca lo Invisible

Está trastocado

el tiempo eterno.

Es que es precoz la sabiduría

innata y me vuelvo

hosca y

tardía.

Busco tu supremacía

pero encuentro mi ingratitud.

Me separé

por no hallarme en vos y sé

que soy yo la que busca en la oscuridad,

yo.

Algo lo aletarga todo,

los motivos desaparecen

y se vuelca

lo invisible

en el balde lleno de lágrimas.

La persuasión es extrema

y los canales ambiguos.

Un retardo implacable,

casi inmoral.

Una yuxtaposición

de mortales

que terminan muriendo!.

Después de hablar con Claudio

Se escapó el vestigio
y quedó vacío el fondo,
vencido, aguado,
indefenso, mortal.
Se llenó de presencias la habitación,
alguien habla retumbando
en mis oídos y es cercano.
Me hace inevitable,
¿perdurable?,
no lo sé, pero parece entender
mi sin fin, ¿mi eternidad? latente.
Estoy muerta y no he encontrado
a nadie
capaz de levantar mi oscuro velo,
no he encontrado a nadie
que me rememore,
que sepa a que había venido yo.
El desapego crea
la inmaculada tradición,
la de volver constantemente
a ser aquello que me inspiro.

Por qué nos Separamos?

Por qué nos separamos?...

Diste un paso hacia la izquierda
y yo caminé hacia la derecha,
al mismo tiempo.

Por qué no me miraste
cuando te mire?,
lo hiciste un segundo después,
pero yo ya no te miraba.

Nos cruzamos
en el vaivén ondulante…
recuerdo que casi te
rocé la mano,
pero no me atreví,
no me atreví a tomarte.

Era demasiado magnífico.

Padecimiento

Padecimiento que roza
mi lagrimal
y lo despierta.
Y el rubor
vuelve a mi cara mojada.

En la tertulia llena
de velos transparentes,
mis piernas temblorosas
se entrecruzan.

Quiero gritar, pero
solo murmuro.
A esta tristeza desbordada
no puedo detenerla
aunque me pierda
entre la gente.

Padezco de tus iras,
de tu miedo
y de tu manera
de decirme que aún
estás.

Mi desconcierto
se llena de lágrimas.
La música suave
desencadena mi extraña
melancolía.

Salgo del salón,
me voy,
no quiero que me vean.
Nadie lo entendería.